Nada personal


Clemencia tenía el pelo apretado y las manos flacas, no era nada particular, se perdía entre la gente. Clemencia tenía ideas nuevas e inconformismos viejos, pero no tenía el valor de dejarlos salir. Clemencia pertenecía, aceptaba, se cansaba y lloraba, lloraba de rabia.

Que fue lo que me trajo hasta aquí? – se preguntaba.
Será que se acabó el café?, como puede ser que no lo recuerde?- pensaba.
Solo su gato sabía que ella huía de si misma yendo al supermercado, o a la tienda de la esquina, o al banco… Clemencia siempre estaba muy ocupada.

Era una mujer de modales impecables, infinitos bailes alrededor de cada evento cotidiano, una mujer de ritos y manías. No pretendía ser vista, solo debía realizar sin quejas sus labores domesticas y sus oficios conyugales pero después de aquel incidente bochornoso en que su propio esposo, no se percató de su presencia y dejó salir un comentario que sonrojó a la vecina, ella decidió que todo tenía que cambiar. Ya todos debían notarla, todos debían saber quien era, a que se dedicaba, qué pensaba y además, todos debían estar de acuerdo. Y punto.

Todo empezó con una lista, una lista fabulosa de nuevas dolencias que ella iba a padecer, se iba a identificar de ahora en adelante, por estar muy enferma. Todos la iban a admirar, todos se iban a detener en ella y a tener un poco de consideración con su maltrecha estirpe. Era una idea genial.

Se levantó esa mañana y durante el desayuno, tosió un par de veces… nada exagerado, algo sutil. Como era de esperarse, nadie se percató. Mas tarde, en la mañana, cuando vino su suegra a tomar el acostumbrado café, Clemencia no tomó ni un sorbo y como nadie le preguntó, se quejó de una gastritis que la iba a matar. Todos continuaron la conversación sin detenerse.
Para la hora del almuerzo ya la cosa se iba haciendo más evidente:
- La señora Clemencia se siente mal, hoy no hay almuerzo- decían las ayudantes de cocina.
Todos salieron en familia, almorzaron en un restaurante medieval y Clemencia se quedó en cama. Su marido consideró que estaba muy pálida para salir.

Para la noche, Clemencia ya se sentía mejor, solo había sido una indigestión, dijo. Durmió como nunca en la vida y se levantó temprano, tenía ganas de cocinar. Que tal un pavo relleno? O una bandeja de filete?
No había mucho tiempo, todo tenia que estar perfecto. Invitó a sus vecinos más cercanos y a su familia. Todos debían probar su suculenta creación. Caminó a la tienda y compró lo necesario. Cocinó toda la mañana, se arregló como una dama de alcurnia y a las 11:30 estaba lista, sentada en el balcón, esperando a sus invitados.

Empezaron a llegar uno a uno, algunos hasta trajeron regalos. Su suegra trajo un postre, a pesar que la invitación tenía una detallada descripción del menú, donde se hacia alusión al postre de melón con brandy que Clemencia iba a ofrecer.
Asistieron 16 invitados, todos muy afables y disfrutaron del delicioso agasajo que se gestaba. El marido de Clemencia al final del banquete, mientras disfrutaba una copa de vino, preguntó el motivo de dicha atención, con un tono burlón, y Clemencia, en tono despreocupado respondió:
- Es mi banquete de despedida.- Y siguió recogiendo los platos.
Su prima se levantó y pasándole el brazo por el hombro, le dijo:
_ Despedida?, al fin vas a ir a aprender algún oficio en el viñedo de tu abuelo? O decidiste dejarnos? – Sonrió.
_ No, decidí que ustedes necesitaban dejarme en paz, y me deshice de todos. Ojala lo hayan disfrutado, porque yo si.- Sonrió.

Comentarios

monita484.aposada.net ha dicho que…
Excelente cuento… trabajar por recuperar el alma realmente es inspirador
Anónimo ha dicho que…
Muy bueno... está como para Tiempo Final

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