¿Usted no cree en la maldad, doctor?


Era septiembre, un mes cualquiera que sólo se mostraría como importante, algún tiempo después. Madrugué como lo amerita un nuevo reto, y a las siete de la mañana de un día diecisiete, entré a la sala siete… presagio?

La noche anterior sentí un poco de ansiedad, en parte por las mil y una historias que generación tras generación se cuentan en las escuelas de medicina, y en parte por el miedo a la idea de fragilidad física que mi familia me había infundado. Pero fue un miedo fácil de vencer: el sueño y la promesa de aventuras se impusieron, así que dormí.

-Ésta es la sala de las mujeres más agudas, tiene una capacidad para más o menos treinta pacientes. Bienvenidos. - dice el residente. (Noté algo de sarcasmo en sus palabras, luego entendería porque).

Los espejos en las paredes y las múltiples advertencias del personal de la sala hacían que la paranoia aumentara. Al entrar, un largo corredor rodeado de cubículos, cada uno con su cama destendida y en el centro, como un refugio de guerra: la estación de enfermería. Al fondo el comedor, la sala de televisión, los baños y el patio, que cual promesa de libertad deja ver el sol a través de su techo ilusorio.

Se hacen las presentaciones de rutina. Nuestro docente sería el Dr. Eduardo Castrillón (toda una leyenda de Univalle) y nos acompañarían los residentes de primer año de psiquiatría, la jefe de la sala, varios auxiliares, dos terapeutas ocupacionales, varios estudiantes de psicología y una trabajadora social.

La sala está llena -dice la jefe-, parece que el fin de semana estuvo movido.

Se me revuelve el estómago.

Nos hacen un resumen de la historia de cada paciente y, al hablar de cada una, plantean recomendaciones y advertencias:

- Esta paciente está agresiva, hoy intentó golpearme y me tiró el café encima. Lo mejor es que le hable de lejos.

Mi creciente ansiedad ya no podía ser disimulada y los fugitivos gestos mostraban el pánico que me invadía al pensar que al salir de ese salón (donde se hacen las revistas académicas) debía enfrentarme a todas esas mujeres alucinadas y, en el peor de los casos, violentas. En este punto, debo aclarar que soy muy pequeñita, casi imperceptible antes los demás (ideas de minusvalía infundadas, lo sé) y que las pacientes, a pesar de ser mujeres, no son de contextura despreciable.

Tratando de captar con mi rápida escritura todo lo que nos decían, anoté lo memorable de cada una de mis protegidas. Éramos un grupo pequeño (algún karma estaríamos pagando), así que nos tocaban más o menos quince pacientes a cada uno (aprenderíamos mas, decían algunos optimistas) y por ser el primer día debíamos revisar sus historias clínicas para conocer sus antecedentes; parecía que el día iba a ser largo.

- Yo soy valiente -me dije, así que salí decidida a vencer el miedo. Llamé una a una a mis pacientes y me presenté de manera amable pero prevenida:
- Buenas, Doña P…, yo soy… y voy a ser su doctora durante este mes. Voy a tratar de ayudarla en lo que necesite y todos los días (incluidos domingos y festivos) vendré a verla. Puede contarme cualquier cosa, quedará entre las dos.

Ellas, algunas muy afectuosas y hasta seductoras y otras, apáticas o pendencieras, escuchan lo que les digo y a veces sin saberlo, narran algo de sus vidas, de su enfermedad. Cada movimiento, cada gesto o la ausencia de ellos, debe importarme. Las entrevistas deben ser cortas porque hay mucho trabajo por hacer, pero me voy inquietando a medida que escucho sus historias extraordinarias, sus fantasías, sus pesadillas y cómo sufren o se ríen de ellas. Quiero saber más. ¿Cómo empezó todo?, ¿Cuándo?... y hasta me dejo convencer por ellas en varias ocasiones; les doy el beneficio de la duda.

Son tan atormentadas sus historias... y no las que viven imaginariamente, sino las de verdad, las que la suerte les impuso… Pensé entonces que es más sano su universo creado, esa travesura de su mente que la realidad. Y yo allí sentada, oyendo como la violencia lapida a la razón, siendo más morbosa que el morbo. Indagando sobre hechos punzantes, poniendo el dedo en la llaga, sin saber cuando parar.

- Es que el diablo camina en las noches sobre el techo de mi casa, señorita. Yo lo siento como un animal, me dice doña D…

Y su cara se deforma, la consume el pánico y vuelve la zozobra. Ella intentó matarse colgándose de una viga de su casa. ¿Qué puedo decir yo? ¿Cómo le digo que el diablo no existe cuando lo veo yo también? -Qué enfermedad tan injusta- pienso. Doña D… tiene que vivir sola semejante espejismo, no tiene siquiera un cómplice, alguien que la secunde y la acompañe en su miedo.

- Yo soy la virgen María y vengo a salvar el mundo- dice J…

Y con cara de perpetua ensoñación y una sonrisa simulada camina por la sala, dando bendiciones. Es una joven de mi edad, bonita y que hasta el día en que la picó la esquizofrenia, estudiaba en una universidad igual a la mía. -Qué desgracia- pienso.

- Pero si ya está mejor -dicen las auxiliares-. La hubiera visto cuando llegó.

Uno sale del psiquiátrico como pesado, como si el alma estuviera llenita de agua. Sí, tiene que ser agua porque se mueve cuando uno se voltea. Uno allí se da cuenta que es un pobre diablo.

Hago mis notas y cuando cae la noche se acaba el primer día en el psiquiátrico.

Mi mamá me estaba esperando con mil preguntas, nerviosa porque su niña estaba corriendo peligro entre tantos locos. Le explico que fue diferente, que no era lo que esperaba, pero que de buena manera. Le cuento algunas historias de mis pacientes, si son jóvenes, qué hacían antes de enfermarse y lo mucho que me impresionan sus submundos.

- Hola a todos, soy Marta y estoy loca -digo ante un multitudinario auditorio.
- Hola Marta, bienvenida. -me responde un hombre de negro, parecido al presentador de American Idol.

Me volteo y veo la hora, 4:12 a.m. Vuelvo a dormirme.

Me tomó varias semanas entender mi misión en esa nave nodriza, pero cuando lo supe, la asumí con ímpetu. Yo debía escuchar, calmar, entender, creer, explicar y esperar. Las pacientes me buscaban insistentemente, necesitaban hablar conmigo, habían notado progresos. Doña D… ya no veía al diablo, es mas, había llegado a la conclusión que tenía una enfermedad grave en su “cerebro” y que los medicamentos que le daban en el Hospital, la estaban ayudando. Prometía seguirlos tomando si le daban pronta salida.

J… seguía perdida en su supuesto, pero ya al menos no era la virgen María, ahora era “Vainilla” (la de Oki Doki). Su madre estaba confiada en que “con el poder de Dios, y el buen juicio de los médicos”, J… iba a recuperarse, iba a volver a ser la primera de su clase en la universidad. Me cuesta creerlo pero puede ser.

M… nota hace unos días que sus hermanos están pálidos, demacrados, como si no estuvieran durmiendo bien. Les pregunta constantemente qué los agobia, porque han cambiado tanto, si algo los martiriza. Ellos, que están como siempre, un poco delgados pero, como siempre; se preocupan y la llevan al hospital.

- Es que nos hicieron brujería- dice M... Y al notar la cara escéptica del doctor, le pregunta: - ¿Usted no cree en la maldad, doctor?

El Hospital Psiquiátrico Universitario del Valle es el paraíso de la psicosis, uno se mete en un túnel extraño donde no predomina precisamente la razón… pero sí predomina. ¡Y de qué manera! Son a veces tan acertadas sus elucubraciones que termina uno pensando si quizá el loco es uno, si quizá esa certeza de coherencia que tenemos no es mas que un delirio. Si tal vez estamos igual de infectados que todas las pacientes de la sala 7, infectados por la psicosis, pero tenemos el descaro de disimularlo, de fingir sensatez.

Pero ¿cómo creer? y, ¿cómo no creer?

Nota: A todo el personal del HPUV por enseñarme que lo que se dice de estas instituciones, no son más que mitos y que ustedes siempre serán algo más que héroes. Gracias por llevarme en el tren del imaginario y permitir que me quede hasta la próxima estación.

Comentarios

ERICK ha dicho que…
Bueno martilla! Cuando conoci tu blog y me dijiste que te escribiera algo, te dije que lo haria en algun momenot u otro! Pense, cuando encuentre uno que me guste mucho mucho le escribo, pero me encontre con que muchos me gustaban mucho mucho y no sabia cual escoger!, Asi que hoy aplique la del Ti-marin-de do pingÜe. Este articulo esta muy bacano! De los muchos articulos que escribes que demuestra esa parte no tan "promedio" en ti señorita!. Siga escribiendo que no soy el unico que se distrae con sus comentarios y que incluso algo aprende!,,te quiero mucho! y perdoname por ser tan FALTON!!
CarolinaM ha dicho que…
Yo tambien quise ser vainilla porque se veia una nena sin mucho rollo en la cabeza, luego resultó quitandole las bragas a no se quien...Me gusto terminarlo sin nadie en la "R" y espero aprender de estos barcos imaginarios llamados pisos. Por aqui volvere

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