El me llama mujer y mi nombre es Clara...

Y él me diría sin mas preámbulos: ¿Cuánto me va a costar hoy? Y yo agacharía la cabeza silenciosa y pensaría que debía decir algo rápido, antes de que ese frío callar permitiera que se notara el rubor de mis mejillas. Y la llama de mi ser intentaba apagar mi profunda tristeza, mi dolor, esa herida que él abre cada vez que me toma con esa violencia que me hechiza, con esa furia que me acaba, con esa ternura sublime, cada caricia es un golpe, cada beso es un puñal, y al salir, la muerte no alcanza ese frío que deja en mi cuerpo. Los billetes que deja en mi mesa son el pago por amarlo, son mi recompensa y me consuela el pensar que es su manera de amar.
Cada martes él vuelve y yo cada día lo extraño y cada martes lo amo, cada martes lo estrecho contra mí, siento el calor de su cuerpo, siento su fragilidad, su miseria, su soledad.
Él me llama mujer y no sabe que esa palabra encierra todo lo que él me hace sentir, no sabe que es redundante decirlo, no sabe que no tiene que hablar, que con tenerlo a mi lado yo estoy viva, no sabe que solo vivo los martes, no sabe que verlo es nacer, no sabe nada y yo lo se todo. Sé que me ama con pasión, que me extraña, que piensa en mi, que escribe mi nombre aunque no lo pueda decir, que me busca en las otras mujeres, que los martes me toca con ansias, me besa con rabia, que lo he visto llorar mientras me mira, mientras finjo dormir...
Y entonces salgo de la cocina, y el olor del café se confunde con mi miedo, y él puede oler el miedo, me conoce tanto que no necesita hablarme, siento que la vida se me escapa en cada espiración, que mi alma se duerme, que ya no estoy.
Él evita mi mirada y me dice: ¿cuánto me va a costar hoy mujer? Y yo lo miro fijamente, me acerco, siento su aliento, y en medio de un frío beso, tal vez el mas frío y el más sincero de todos los besos, el veneno surte efecto y morimos. Lo único que lamento es que estemos vestidos.
23 DE AGOSTO/ 2003
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