El me llama mujer y mi nombre es Clara...

El café estaba muy caliente como para servirlo así que me vi obligada a esperar en la cocina mientras pensaba como hacerlo, mientras me torturaba silenciosamente, mientras en mi estomago se retorcía mi alma. Recordé la sal de su sudor, el olor de sus llegadas, la frialdad de sus idas, la calidez de sus manos, la llama de su voz... lo recordé, y no entendía porque mi mente no lo dejaba ir ni estando a 1 metro de el. Asomé mi cara a la ventanita que al lado de la nevera me permitía ver sin ser vista y ahí estaba, sentado con esa seriedad que lo atormenta, con esa pereza que lo reconforta, con esa calma que lo agita. Me imaginé saliendo de la cocina y su sonrisa al verme, me imagine sentada a su lado confundiendo su olor con el amargo del café, lo dulce de su ser, con lo amargo de su amor... que tienta.
Y él me diría sin mas preámbulos: ¿Cuánto me va a costar hoy? Y yo agacharía la cabeza silenciosa y pensaría que debía decir algo rápido, antes de que ese frío callar permitiera que se notara el rubor de mis mejillas. Y la llama de mi ser intentaba apagar mi profunda tristeza, mi dolor, esa herida que él abre cada vez que me toma con esa violencia que me hechiza, con esa furia que me acaba, con esa ternura sublime, cada caricia es un golpe, cada beso es un puñal, y al salir, la muerte no alcanza ese frío que deja en mi cuerpo. Los billetes que deja en mi mesa son el pago por amarlo, son mi recompensa y me consuela el pensar que es su manera de amar.
Cada martes él vuelve y yo cada día lo extraño y cada martes lo amo, cada martes lo estrecho contra mí, siento el calor de su cuerpo, siento su fragilidad, su miseria, su soledad.
Él me llama mujer y no sabe que esa palabra encierra todo lo que él me hace sentir, no sabe que es redundante decirlo, no sabe que no tiene que hablar, que con tenerlo a mi lado yo estoy viva, no sabe que solo vivo los martes, no sabe que verlo es nacer, no sabe nada y yo lo se todo. Sé que me ama con pasión, que me extraña, que piensa en mi, que escribe mi nombre aunque no lo pueda decir, que me busca en las otras mujeres, que los martes me toca con ansias, me besa con rabia, que lo he visto llorar mientras me mira, mientras finjo dormir...
Y entonces salgo de la cocina, y el olor del café se confunde con mi miedo, y él puede oler el miedo, me conoce tanto que no necesita hablarme, siento que la vida se me escapa en cada espiración, que mi alma se duerme, que ya no estoy.
Él evita mi mirada y me dice: ¿cuánto me va a costar hoy mujer? Y yo lo miro fijamente, me acerco, siento su aliento, y en medio de un frío beso, tal vez el mas frío y el más sincero de todos los besos, el veneno surte efecto y morimos. Lo único que lamento es que estemos vestidos.


23 DE AGOSTO/ 2003

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