Que cuanto mas tengas tu de tierra, más me dejarás a mi de cielo...


En días así, en los que la adultez nos golpea mostrándonos cuán vulnerables somos, me acuerdo que la vida es un regalo, un regalo que se nos va en cada instante y que algún día sin darnos pistas o, tal vez, tras una larga despedida, se apagará y todo para lo que éramos el mundo, seguirá...

Siempre que perdemos un pedacito de ese, nuestro mundo, nos llenamos de propósitos y determinaciones y vemos por un segundo, lo que debería ser tácito. Mientras tengamos la salud para decidir y seamos dueños de nuestros sentimientos y haceres, deberíamos ser conscientes de lo finito y de la mano de lo infinito, caminar. 

Pero qué bonito que nuestro andar no fuera automático sino que tuviera ese toque de rebeldía que tienen los valientes al atravesar la ruta en contra vía para perseguir un sueño, que supiéramos siempre que el viento de cola despeluca pero nos lleva más lejos y que esa búsqueda eterna implicará sacrificios pero no de los que duelen sino de los que motivan, de los que nos hacen levantarnos con el estómago revuelto de puritica ilusión. 

Y qué bonito sería además, que todo esto sirviera de algo cuando nuestras ideas están en manos de algo más fuerte que nosotros, cuando ya nuestra humanidad, lejos de ser nuestra, se rinde cansada de fingir, se entrega sin más ganas de aguantar y sin más posibilidades de entender lo que nos ancla...

Para los que aún estamos despiertos a la vida, que la luz del sol nos deslumbre y su calor nos abrace, que cada latido valga la pena y que seamos lo que queremos. Para los que no pueden decidir, ojalá algún día dejemos de fallarles y encontremos la forma de devolverles las ganas. Para quienes tienen luchas así, fuerza. 

Para su familia, consuelo.

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